lunes, 27 de enero de 2014

Juanelo Turriano

Juanelo Turriano
Juanelo Turriano es un personaje íntimamente relacionado con la ciudad de Toledo, comparable a la figura que supuso Leonardo Da Vinci para Italia en el Renacimiento y muy poco valorado por nuestra cultura.

Poca gente en España conoce que Juanelo fue uno de los pioneros en crear un complejo sistema de subida de aguas salvando una fuerte pendiente. Juanelo, junto con “El Greco” es uno de los personajes renacentistas toledanos que destacaron y han llegado hasta nosotros. Ambos no eran toledanos, ni siquiera españoles de nacimiento, pero sus obras han perdurado hasta nosotros de forma notoria.

¿Quien era Juanelo Turriano?

Juanelo Turriano fue principalmente un relojero al servicio de Carlos I y de Felipe II, aunque también destacó por otro tipo de trabajos. Fue un personaje genial y misterioso que se granjeó fama en vida y alrededor del cual se fueron forjando leyendas tras su muerte.

Turriano nació hacia 1.500 en un pueblo cercano a la ciudad de Cremona, en Lombardía, territorio que se había convertido en un importante foco de producción industrial durante el gobierno de los Sforza y cuna de algunos de los genios científicos más destacados de la época. Tanto Cardano como Tartaglia nacieron y se formaron en el mismo ambiente cultural de la Italia septentrional en que discurre la primera etapa de la vida de nuestro personaje. A partir de la victoria imperial en Pavía, en 1525, la zona quedó bajo la órbita de la monarquía española, circunstancia que determinaría la carrera del joven Turriano.

Su nombre era Giovanni Torriano, Torriani o della Torre (Ianellvs Turrianvs), pero era conocido como Gianello o  Janello , que en España derivó en Juanello o  Juanelo , apodo que hizo famoso. Poco se sabe de su infancia, y la información que tenemos está rodeada de la leyenda que acompañará toda su biografía. Se nos cuenta que Juanelo era un  muchacho humilde dedicado al pastoreo que, durante sus vigilias nocturnas al cuidado del ganado, lograba deducir el curso de los astros sin otros conocimientos o instrumentos que su genio innato. La realidad, por supuesto, fue muy distinta, pues fue Giorgio Fondulo, médico, matemático y profesor en la Universidad de Pavía, quien inició a Turriano en los fundamentos de la astronomía.

Lo que sí es cierto es que nos encontramos con un individuo formado fuera del ámbito académico, cuyos conocimientos tienen más que ver con el aprendizaje práctico que con la teoría y la especulación escolástica. Lo más verosímil es que, siguiendo el modo habitual en la época, aprendiese en el taller de su padre, Gerardi Turriano, a construir y reparar instrumentos mecánicos. De hecho, Juanelo lo menciona como maestro, aunque sin especificar en qué oficio. Tras esta primera formación doméstica, entró como aprendiz en uno de los talleres de relojería de Cremona, trasladándose al poco tiempo a Milán, donde llegó a ser maestro relojero y mecánico.

Las noticias que se tienen de los trabajos de Gianello Turriano en esta etapa revelan su temprana pericia como constructor de maquinarias ingeniosas. Fabricó una potente grúa capaz de elevar unos cañones de bronce que, situados en una profunda fosa, varias yuntas de bueyes no conseguían levantar. También propuso una máquina para  dragar la laguna de Venecia , que era uno de los retos más difíciles para la ingeniería italiana de la época, y mejoró unas bombas de elevación de agua. Se le atribuye, además,  la invención de un sistema que mantenía los cuerpos horizontales aunque estuviesen sometidos a fuertes vaivenes, muy útil para el transporte de fluidos, y que es conocido hoy como suspensión Cardan en memoria de su compatriota Cardano.

Juanelo Y Carlos I

Carlos I
El primer encuentro entre Carlos I y Turriano se produjo durante la estancia del primero en Italia con motivo de la ceremonia de coronación imperial, que tuvo lugar en Bolonia en 1530. Los pormenores de este encuentro nos han llegado a través de diversos testimonios.

Parece ser que Ferrante Gonzaga, gobernador de Milán, tenía la intención de regalarle al emperador el famoso reloj astronómico, el astrarium, construido en el siglo XIV por Giovanni Dondi, considerado la obra maestra de la tecnología medieval. Sin embargo, ningún relojero era capaz de volver a ponerlo en marcha. Después de examinarlo y comprobar que las piezas estaban carcomidas por el óxido y que faltaban resortes esenciales, Turriano llegó a la conclusión de que había que reconstruirlo de nuevo, incluso mejorándolo.

Durante veinte años, el artífice cremonense se dedicó a diseñar el maravilloso reloj astronómico destinado al emperador, conocido como “cristalino” ,obsesionándose de tal manera que, según el cronista y amigo suyo Ambrosio de Morales, enfermó y estuvo al borde de la muerte.

reloj astronómico, el astrarium
Una vez resueltos tan complejísimos cálculos, sólo invirtió tres años en la conclusión de la pieza. Para construir las ruedas inventó un torno que tallaba los espacios de los dientes con inigualada precisión y rapidez. En total, el mecanismo movía una 1.500 piezas, cuyo desplazamiento debía estar perfectamente regulado para señalar, además de los días y las horas, los movimientos de todos los planetas conocidos. A esta obra le debería Juanelo Turriano su fama de relojero en toda Europa.

En el año 1.554, el emperador Carlos I le hizo venir desde Milán a Bruselas para que se incorporase a su servicio. Allí conocería, entre otros, a personajes como Juan de Herrera. Acompañó después al emperador en su retiro de Yuste desde principios de 1.557 hasta la muerte de éste en 1.558. Juanelo era una de las 50 personas de su servicio y se encargó allí del mantenimiento de los relojes del emperador, a los que Carlos I era extraordinariamente aficionado.Se cuentan numerosas anécdotas de Juanelo en esta etapa; se dice que hizo fantásticos autómatas que volaban. También cuenta Ambrosio de Morales que hizo un molino tan pequeño que cabía en una manga.

Juanelo y Felipe II

Felipe II
A la muerte del emperador en 1.558 los relojes y planetarios coleccionados en Yuste fueron puestos a cargo de Juanelo, quien pasó a ocupar el mismo puesto de relojero al servicio de Felipe II,  obligándosele a residir en la corte, ya fuera en Madrid o en Toledo, como criado del rey, es nombrado Matemático Mayor. Éste no había heredado de su padre la afición a la relojería, pero Juanelo era igualmente capaz de aconsejar en la construcción de las grandes obras de ingeniería, especialmente hidráulicas, que concentrarían los esfuerzos del Rey Prudente.

De hecho, Juanelo ya había intervenido en trabajos de tal índole en Italia; para la construcción de dos máquinas hidráulicas sería requerido sucesivamente por el papa en 1.563 y 1.567. En funciones de ingeniero lo vemos asesorando las obras reales en el canal del Jarama, la presa de Colmenar y la presa de Tibi en Alicante, y en el diseño de ingenios para elevar agua y desaguar minas, como la andaluza de Guadalcanal.

Construccion del Escorial
Hasta 1.565, en que tenemos a Juanelo definitivamente instalado en Toledo para la construcción de sus famosos ingenios, reside y trabaja en Madrid, donde Felipe II acababa de trasladar la capital de su monarquía. Era inevitable que la presencia de Juanelo fuera requerida también en la obra más importante de las emprendidas por el monarca: el monasterio de El Escorial. Aunque no tenemos evidencia documental de que residiera allí durante su construcción, como sí hiciera Herrera, sí le podemos encontrar  colaborando con el relojero Toroja en la conclusión de un reloj destinado a una de las torres del monasterio y dando su atinada opinión acerca de la relación entre el tono musical de las campanas de la basílica en función de su tamaño.

Entre las intervenciones de Turriano para Felipe II, hay una que nos confirma los conocimientos del relojero. Se trata de la reforma del calendario emprendida por el papa Gregorio XIII para participar en la renovación al actual calendario (Gregoriano).

Calendario Gregoriano

Las tablas de Juanelo
Esta cuestión era de lo más urgente dado que el desajuste entre el tiempo astronómico y la fecha del calendario alcanzaba ya más de una decena de días. Entre los científicos que fueron consultados estuvo, por supuesto, Juanelo Turriano, quien escribió su “Breve discurso en torno a la reducción del año y reforma del calendario”. Junto con unas tablas que permitían calcular la correcta correspondencia de las fechas, elaboró unos instrumentos que hicieran posible acomodar el calendario vigente al nuevo, pero que, finalmente, no fueron utilizados.

Las relaciones entre Turriano y el monarca fueron menos íntimas que las mantenidas con el emperador. El traslado de Juanelo a Toledo facilitó posiblemente el distanciamiento, y en el último tramo de su carrera ni siquiera satisfizo una de las demandas del rey, que le pidió que escribiera un tratado sobre el funcionamiento de los complejos mecanismos de relojería que había construido para su servicio. A pesar de ello, tenemos evidencia del aprecio que sentía por las obras de su relojero. Así, cuando el archiduque Carlos de Austria visitó Toledo, Felipe II ordenó que, entre otros agasajos, se le llevase a la casa de Juanelo para que se le mostrasen los relojes, astro- labios y otros instrumentos que éste había construido.

El artificio para elevar el agua en Toledo

“[había que parar el ingenio, unas veces] por la poco agua del río y otras por llevar mucha”.
“Cuando el río va bajo, es necesario cerrar algunas de las canales de los molinos de la una y otra parte de la presa y entonces ha de tocar cerrarse alguno de los ingenios y otros inconvenientes que subceden en canales de diferentes dueños, especialmente estando juntos, y molinos por debajo de los ingenios..
.”.
Legajo 321, folio 59 (1585) Archivo General de Simancas

Durante la época romana se había construido un sistema de abastecimiento de agua del Tajo a la antigua Toletum que consistía en lo siguiente: se recogían las aguas de los montes de Toledo en un gran embalse (presa de Mazarambroz), se conducían por medio de un canal abierto con torres para el ajuste de niveles, hasta cruzar el Tajo por medio de un gran acueducto-sifón que llevaba el agua a un depósito -la llamada cueva de Hércules- ubicado en el casco urbano. Abandonado totalmente durante la Edad Media, de tal sistema sólo quedaban ruinas en el siglo XVI. también se utizaban los tradicionales “azacanes” (acarreadores de agua desde el Tajo utilizando mulas), o con  pozos poco saludables y contaminados por el exceso de aguas residuales.

A pesar de que la ciudad de Toledo había perdido algo del esplendor de la época imperial, el impulso constructor de Felipe II y su interés por llevar agua a sus jardines del alcázar (palacio Renacentista) iba a dar lugar a uno de los proyectos de ingeniería más espectaculares de su reinado y de todo el Renacimiento. Juanelo Turriano, su artífice, construiría un complejo y monumental mecanismo que haría que su fama se extendiera por toda Europa.

Ya en el siglo XV se había intentado salvar el desnivel de más de cien metros que separa el río del palacio, pero ni siquiera los diseños deBrunelleschi, el famoso arquitecto de la cúpula de la catedral de Florencia, lo hicieron posible.

En 1.526, el marqués de Zenete, camarero mayor de Carlos I, hizo venir desde Alemania a unos ingenieros hidráulicos que intentaron instalar un sistema de bombas que impulsaban el agua hasta el alcázar por una tubería de fundición. Sin embargo, la excesiva presión del agua reventó el mecanismo (se trataba de una presión de 100 metros de columna de agua, que equivalen a unas diez atmósferas de presión, superior al doble de lo realizado hasta entonces).

En 1.561, los representantes de la ciudad de Toledo, bajo la presidencia del marqués de Falces, trataron el problema de llevar agua hasta las fuentes destinadas al uso público. Tras estas reuniones se llegó a la conclusión de que serían necesarios varios ingenios en etapas para evitar el excesivo grosor de tuberías que requeriría uno solo. Al año siguiente, los ingenieros flamencos Juan de Coten y Jorge Ulrique intentaron emplear un molino situado sobre el Tajo, el Barranchuelo, cuyas ruedas debían mover las bombas hidráulicas elevadoras, pero fracasaron en su intento. Por su parte, el ingeniero francés Louis de Foix hizo un modelo o maqueta que no llegó nunca a fabricarse a escala real.

Finalmente, en 1.565, Turriano firmó un contrato con representantes del rey y de la ciudad de Toledo, en el que se comprometía a construir un mecanismo que llevara un caudal continuo de agua del Tajo  (12.400 litros al día) hasta la explanada del alcázar, lo que equivale al trabajo de subir agua de 600 mulas. Por ello habría de recibir del rey 8.000 ducados al finalizar la obra y de la ciudad una renta de 1.900 para él y sus sucesores. La solución, que Juanelo presentó mediante un "modelo en pequeñita forma", era enormemente original y, posiblemente, respondía a una idea madurada desde mucho tiempo antes, desde la época en que se encontraba al servicio de Carlos I, cuando el marqués del Vasto se lamentó en su presencia de la falta de agua en la ciudad imperial y la dificultad de llevarla.

Turriano cumplió con creces, construyendo en sólo tres años el ingenio, que arrancó a funcionar el 23 de febrero de 1569, cuatro años despues. Unos meses después los representantes de la corona y la ciudad procedieron oficialmente a la medición del caudal,  que resultó ser superior a lo estipulado (18.600 litros al dia). El éxito de Juanelo fue completo y ese mismo año se decidió hacer un nuevo ingenio exactamente igual, adosado al anterior, para el que se pidió el material necesario. Incluso se habló de hacer dos más, uno junto a San Juan de los Reyes y otro desde el molino de Pedro López, cerca de la puerta de Bisagra. Animados por el éxito, surgieron incluso competidores, como Baltasar Tristán y Cristóbal Suazo, que ofrecieron a la ciudad la construcción de ingenios hidráulicos aún más portentosos, y que fueron desechados por inviables.


Esta magnífica obra  suponía ascender el agua por un desnivel total de 100 metros y un recorrido horizontal de 300 metros, con una pendiente media del 33%. Estaba compuesto por una presa y dos ruedas motrices a nivel del río, seis estaciones intermedias -balsa del acueducto, puerta de la Fragua, pasadizo del Carmen, llano de Santiago, corral de Pavones y explanada del Alcázar-, y un total de 192 canjilones dispuestos en armaduras basculantes y agrupados en 24 unidades intermedias o torrecillas. La fuerza motriz se transmitía por medio de bielas de movimiento alternado. Con todo ello se conseguía elevar un caudal de 11,8 litros por minuto, lo que equivale a 17.000 litros de agua cada 24 horas. Según algunos autores, el artificio sería también bastante frágil, ya que en su mayor parte estaba construido en madera. Como muestra de la magnitud de la obra cabe recordar que se emplearon doscientos carros de madera y más de quinientos quintales (castellanos) de metal. Tan sólo Augsburgo (1548), anterior a Toledo, Londres (1582) y París (1608) tuvieron un mecanismo similar.

El segundo ingenio y la muerte de Juanelo

Mientras tanto, prosiguieron las obras del segundo ingenio entre las protestas de Juanelo, que había corrido con los gastos de la construcción y no había recibido de la ciudad el dinero acordado cuando el ingenio comenzara a funcionar. La situación económica del ingeniero se hizo dramática, agravada por las tensiones entre los oficiales de las obras y el corregidor de Toledo, que dificultaba continuamente la provisión de materiales para el artificio.

Hasta 1.579 Juanelo compagina la construcción del segundo ingenio hidráulico con un estudio encargado por el rey sobre la reforma del calendario que promovía el papa Gregorio XIII

En vista de tales problemas y de la extrema necesidad de Turriano, el propio Felipe II se decidió a intervenir, exigiendo a los munícipes una justificación de su hostilidad. Las discusiones fueron largas, alegando la ciudad como disculpa para no pagar que, aunque el ingenio funcionaba, todo el agua se desviaba hacia el alcázar sin que quedara nada para las fuentes urbanas.

Finalmente, en abril de 1.576 (siete años despues el finalizar el primero), se llegó a un acuerdo en los términos siguientes: el agua del primer ingenio sería íntegra para el servicio del rey en el alcázar mientras continuasen las obras del segundo, pagando el rey los 10.000 ducados estimados para su conclusión.

Después, el agua del segundo ingenio quedaría para Turriano y sus herederos, con derecho a venderla a la ciudad. Finalmente, el acuerdo no fue tan bueno para nuestro ingeniero, ya que una cláusula final, escrita al margen de puño y letra por el propio rey, "... si yo hubiese menester pueda tomarla", determinaría en último término su ruina.


Aspecto del Artificio
Tras el acuerdo, Turriano parecía estar satisfecho y las obras se reanudaron a buen ritmo, pero pronto volvieron los conflictos. Juanelo solicitó al municipio la compra de un molino de agua, indispensable para mover toda la maquinaria, pero los regidores no cedieron y tuvo que ser adquirido finalmente por el rey para que pudieran proseguir las obras. El segundo ingenio fue concluido satisfactoriamente en 1.581, con un coste para la corona de 11.000 ducados. Turriano, que lo había adosado a una pared medianera construida a su costa, reclamó los gastos, que le fueron denegados aduciendo que ya le había sido pagada previamente.

Y, como era de temer, el rey tuvo necesidad de todo el agua del segundo ingenio, porque el primero, ya deteriorado, no daba tanto caudal como al principio. Turriano lo iba a reparar a su costa, pero, aún así, tampoco la ciudad de Toledo recibió una sola gota de agua, por lo que ni pagaron al artífice ni éste dispuso de agua para vender, pues toda era para el alcázar. Cansado y enfermo, Turriano envió al rey petición tras petición, reclamándole lo que consideraba suyo y quejándose de su extrema miseria, debida a las deudas contraídas en las obras. En 1584, un año antes de su muerte, desesperado, incluso vendió el segundo ingenio al rey.

En abril de 1.585, se habían hecho ya varias pruebas al nuevo ingenio, dando 506 cargas de agua (15.686 litros) en 24 horas, pudiendo variar la velocidad y por consiguiente el caudal, gracias a un cambio en la relación de los engranajes del ingenio.

Juanelo Turriano murió en su casa de Toledo, en la pobreza, acusado por la inquisición , el 13 de junio de 1585, dieciseis años de la puesta en marcha del artificio y una longeba existencia. Fue enterrado sin grandes honores en la iglesia del monasterio del Carmen. Sus descendientes siguieron reclamando durante años lo que se les debía por la construcción de una de las obras de ingeniería más admirables de su tiempo.

La obra más importante de Juanelo Turriano es, sin duda, " Los veinte y un libros de los ingenios y máquinas de Juanelo", que constituye una verdadera enciclopedia de la mecánica del siglo XVI. No fue publicada en su tiempo debido a que fue considerada una obra bajo secreto militar y que sólo recientemente ha sido publicada.

Hoy en día no queda ninguna muestra del reloj astronómico ya que, al igual que el resto de sus relojes, fueron desmontados tras su fallecimiento porque eran tan exactos que intentaron averiguar su mecanismo y luego no supieron volver a montarlos.

¿Que fue del artificio tras la muerte de Juanelo?

Tras la muerte de Turriano, en junio de 1585, la conservación de los ingenios pasó a manos de un nieto suyo, llamado igualmente Juanelo Turriano (a pesar de que Juan de Herrera recomendara al flamenco Jorge Ulrique), quedando el aprovechamiento del agua sobrante del servicio del alcázar para los herederos del ingeniero.


Para paliar la miseria en que Turriano había dejado a su mujer e hija llamada Barbara Medea, y siendo insuficientes los ingresos por el agua vendida, llegaron a solicitar del rey que se les permitiera cobrar una entrada a todos los que fueran a ver el ingenio. No sabemos si esto se llegó a poner en práctica, pero la sola idea nos indica hasta qué punto el ingenio causaba admiración a cuantos lo visitaban. Puede concluirse que la máquina de Juanelo en Toledo fue tal vez la primera del mundo que ha sido considerada en su tiempo como un objeto de valor histórico y estético, independientemente de su consideración como elemento utilitario.

Juanelo Turriano “el mozo” falleció en 1597, y al año siguiente la conservación fue encomendada a Juan Fernández del Castillo. Éste propuso sustituir los ingenios por modernas máquinas basadas en las bombas de émbolo, entonces llamadas tesíbicas, más fáciles de mantener.

Juan Fernández del Castillo consiguió cambiar uno de los ingenios, el más antiguo y deteriorado, conservando el otro, más que nada por su carácter espectacular. Para ello tuvo que adelantar el dinero y, como le ocurrió a Juanelo, acabó arruinado a pesar de que su máquina funcionara correctamente, dando agua al alcázar y a la ciudad durante muchos años.

Lamentablemente, y como sucede de forma frecuente en Toledo, a partir de 1617 y cuando los descendientes de Juanelo abandonan el cuidado de la edificación y ésta se detiene, sufre una serie de pillajes en sus materiales que dejaron irreconocible la fábrica del mismo. Los últimos restos se llevaron en el siglo XVIII al Real Sitio de Aranjuez, donde necesitaban tuberías para el abastecimiento de agua. En la actualidad a duras penas se puede intuir el lugar que ocupó en el cauce del Tajo el primer nivel del "artificio". Tan sólo quedan los machones de lo que pudo suponer una de las mayores obras de ingeniería de todos los tiempos.

Situacion del Artificio en la actual Toledo


El viejo artificio de Juanelo, conservado aún durante algún tiempo por su fama, se desmontó definitivamente a mediados del siglo XVII, después de que hubieran desaparecido muchas de sus piezas. Hubo tiempo de ser fotografiado antes de su penosa demolición en 1868.

De esta forma, sólo quedó el recuerdo de lo que había sido en su tiempo una de las máquinas más admiradas del mundo.