jueves, 18 de mayo de 2017

En la mitología germánica se describe la existencia de ninfas que habitan en los ecosistemas de agua dulce, en ríos, fuentes, estanques, manantiales, pozos, arroyos y lagos. Su equivalente en la mitología grecolatina son las náyades. Las ninfas teutonas son mujeres-pez sin cola, que tienen el cuerpo cubierto de escamas azuladas o verdosas, de tonos marinos. Sus manos y sus pies son palmeados, una adaptación que les facilita su desplazamiento acuático, pero que no les impide que pueden caminar y respirar fuera del agua.


Su papel dentro del folclore no está del todo esclarecido, se nos representan como criaturas traviesas sin una intención perfectamente definida en relación al bien y al mal. Sus diabluras van desde un inocente chapuzón en un río hasta hacer zozobrar una embarcación de pescadores.
La maldición de Ondina

Las leyendas arias nos cuentan que estos seres estaban laureados con la inmortalidad, un privilegio que se perdía en el instante en el que la ninfa diese a luz un vástago fruto de su unión con un mortal.

Pues bien, uno de los mitos germánicos narra la existencia de Ondina, una ninfa de una belleza sobrecogedora que se prendó de un apuesto caballero llamado sir Lawrence, con el que acabó desposándose. El día en el que se celebraron las nupcias el mortal le prometió: «que cada aliento que de mientras estoy despierto sea mi compromiso de amor y fidelidad hacia ti».


Pasado un año de matrimonio la ninfa alumbró una bella criatura. A partir de ese momento, en cumplimiento de las leyes que regían el destino de las ninfas, su perpetuidad se vio truncada y, con ella, la belleza de la que hacía gala. Sus sinuosas curvas se evaporaron y en su rostro comenzaron a aparecer sendas arrugas.

Cierto día, mientras la ninfa paseaba entre las mieses, cerca de los establos, sorprendió a sir Lawrence durmiendo en el regazo de otra mujer. Ondina se apresuró a despertarle y maldecir su existencia: «me juraste fidelidad por cada aliento que dieras mientras estuvieses despierto y acepté tu promesa. Así sea. Mientras te mantengas despierto podrás respirar, pero si alguna vez llegas a dormirte, morirás». Sir Lawrence estaba condenado a mantenerse despierto, algo que resultaba a todas luces imposible. El mortal no tardó en ceder al agotamiento y quedarse dormido, no despertando jamás. La maldición de Ondina se había cumplido.


Una enfermedad rara

Lejos de ser una bonita leyenda, la maldición de Ondina existe en los tratados de Medicina Interna, se trata de una enfermedad rara que recibe el pomposo nombre de «hipoventilación central primaria». Se estima que esta patología afecta en Estados Unidos a, aproximadamente, 1 de cada 10.000-15.000 nacimientos.

La maldición de Ondina se caracteriza, a grandes rasgos, por la existencia de un control anormal de los sensores cerebrales que regulan la ventilación pulmonar, en ausencia de una enfermedad evidenciable. Esta anomalía se debe a un trastorno genético causado por una mutación en un gen localizado en el cromosoma 4.

Respirar es un reflejo automático, natural e innato, ninguno de nosotros tenemos que preocuparnos por recordar que tenemos que respirar. Esto se debe a que en nuestro cerebro disponemos de unos sensores que se activan cuando el nivel de oxígeno en nuestra sangre es bajo. Pues bien, en los pacientes que tienen la maldición de Ondina este mecanismo fisiológico no funciona de forma correcta.


Se trata de una enfermedad crónica que puede manifestarse en cualquier momento de la vida. En cuanto a su gravedad, afortunadamente, no todos los pacientes se mueren cuando se duermen, debido a que existe un amplio abanico. En las formas más leves los pacientes tienen un sueño poco reparador, debido al déficit de oxígeno en sangre; mientras que en las formas más graves es preciso que los pacientes duerman con un aparato de presión positiva, una forma de soporte ventilatorio mecánico que se aplica a través de una mascarilla, y que les facilita la ventilación pulmonar mientras duermen.